miércoles, 19 de agosto de 2009
Trabajo Espiritual
En el sufismo siempre se recomienda a los discípulos "estar en el mundo sin ser del mundo". A diferencia de los monjes cristianos, el discípulo sufí es un hombre o una mujer que vive plenamente en este mundo: trabaja, se casa, tiene hijos, amigos, cuida a sus familiares etc. Y lleva una vida que, a simple vista, podría calificarse de banal, al menos en el plano exterior.
En esta época donde la "originalidad" es un valor positivo, donde cada uno busca marcar la diferencia con los demás ya sea por el lenguaje, el vestido, la alimentación o las actividades realizadas, una indicación de éste tipo resulta particularmente útil para luchar contra nuestro ego. Si seguimos una vía ascética llena de ejercicios complicados y difíciles pruebas, la mirada de los demás sobre nosotros llevará implícito el grave riesgo de alimentar nuestro orgullo.
Buscar y aceptar hoy en día una vía banal es lo más pesado para el ego. Viviendo en el mundo pero esforzándose por no dejarse llevar por él, el discípulo se mantiene en cada instante, en su interior, firmemente enraizado en la Presencia Divina. Cuando hablamos de pobreza espiritual, lo que cuenta no es lo que uno posee sino la huella que dejan las cosas sobre nosotros. Cuando hablamos de actividad es más importante la intención de los actos y el espíritu con que han sido realizados que ellos por sí mismos. Y cuando hablamos de contemplación se sale de éste mundo material para acceder a otra dimensión, la del mundo del misterio y el espíritu.
Es desde esta óptica desde la cual el discípulo podrá realizar un verdadero trabajo espiritual.
Como ya hemos visto anteriormente aquello que va a hacer cambiar nuestra relación con el mundo no van a ser los intentos de modificarlo sino, más bien, la percepción del mismo.
Para realizar este trabajo necesitamos exponer nuestro corazón a los efluvios espirituales que vienen a nutrirlo y purificarlo. La concentración progresiva del conjunto de nuestro ser sobre la percepción del corazón nos ofrecerá las oberturas y los estados que nos llevaran a seguir el camino.
Ya hemos hablado de la disciplina que implica el respeto de la sharia; con ella le recordamos al ego que no es nuestro único maestro sino que, contrariamente a lo que piensa, es Dios el que tiene las riendas de nuestra existencia. El ritual de las cinco plegarias diarias nos permite adquirir una conciencia cada vez más profunda del tiempo cósmico en el cual vivimos y, paralelamente, nos ofrece la posibilidad de suspender el curso del tiempo para detenernos y reencontrarnos.
El ayuno de Ramadán nos recuerda la total dependencia corporal respecto a nuestro Creador. La limosna nos enseña a desapegarnos de los bienes materiales y a valorar la gracia que supone poder disponer de algo para ofrecer. Y el peregrinaje es como una muerte iniciatica, un símbolo de este camino de vuelta hacia Aquél con el que estamos ligados desde siempre. Hemos visto también que el dhikr, ya sea individual o colectivo, es el alimento del corazón, es decir, la que nos va a permitir de hacerlo crecer y desarrollarse.
Verdadera contemplación, es el lazo de unión con nuestro Guía y el canal que él utiliza para transmitirnos su educación. Él es la fuente del conocimiento y de los estados espirituales. La fraternidad, entendida como la práctica de compartir, es parte fundamental de esta educación y es por esto precisamente que las reuniones regulares con los hermanos es una de las actividades fundamentales de la tariqa.
La asistencia de personas interesadas en conocer sinceramente la tariqa se convierte en la posibilidad de enriquecerse mutuamente mediante la circulación entre los foqqaras del secreto, de ése tesoro que uno no lo puede guardar para sí. No se trata de convencer sino de mostrar aquello que uno ha encontrado; esa fuente de agua viva a disposición de los que necesitan beber.
El trabajo espiritual es una obra a largo plazo que exige paciencia y perseverancia. No se debe esperar que las cosas vayan a cambiar en un abrir y cerrar de ojos por el simple hecho de entrar en contacto con un Guía vivo. Si el secreto divino está efectivamente contenido en el pacto iniciático nos pertoca a nosotros descubrirlo y hacerlo fructificar.
"La sabiduría está en el corazón: el que quiere tener agua en su pozo debe cavar: cuanto más cava más agua encuentra; si deja de cavar, el agua no sobrepasa nunca el nivel inicial. El que cava este pozo no debe creer que el agua ha alcanzado el nivel máximo, debe continuar cavando pues el pozo no tiene límites", explica Sidi Hamza.
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Para mi tu espacio es en verdad sabiduría pura, gracias por tan grande regalo.
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