Sahl le dijo a uno de sus discípulos:
“Trata de decir
continuamente por un día: ‘Allâh! Allâh! Allâh!’ y haz lo mismo al día
siguiente, y el día después, hasta que se vuelva un hábito". Luego le dijo
que lo repitiese también por la noche, hasta que se volviese tan familiar que
el discípulo lo repitiese aun cuando estuviese durmiendo. Luego Sahl dijo:
“No repitas más el Nombre conscientemente, ¡pero deja que todas tus facultades
se absorban en Su recuerdo!”.
El discípulo hizo esto hasta que quedó absorbido
en el pensamiento de Dios. Un día, un trozo de madera cayó sobre su cabeza y la
abrió. Las gotas de sangre que gotearon sobre el suelo llevaban la leyenda “Allâh!
Allâh! Allâh!”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario