Dios es quien guía la pluma y
escribe. Mientras El no quiere, la pluma no se mueve.
Ahora miras la pluma y no
dices: “Tiene que haber una mano para esta pluma.” Ves la pluma y piensas en
ella, pero no te acuerdas de la mano.
Los santos, por su parte, siempre ven la
mano; dicen que tiene que haber también una pluma, pero al ver la belleza de la
mano, ya no se preocupa de la pluma y dicen que tal mano nunca puede carecer de
pluma. Si no te preocupa la mano por la dulzura que experimentas contemplando
la pluma, ¿cómo van ellos a preocuparse de la pluma si experimentan tanta
dulzura mirando la mano?
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